225. Polvo de estrellas
Hace bastante tiempo tuve la suerte de ver un documental
televisivo en el que se trataba de demostrar científicamente que el origen del
hombre estaba en el polvo procedente de las estrechas. Sin capacidad para
entender todo los que nos decía, la idea me pareció extraordinaria porque yo,
siendo muy pequeño, en las cálidas noches de verano de mi pueblo, sentado en la
puerta de mi casa, me quedaba dormido contando estrellas y mi padre me cogía en
brazos para meterme en la cama.
Muchos años más tarde, ejerciendo como profesor de EGB, hice
las gestiones precisas para llevar a mis alumnos a la Escuela de Náutica de
Cádiz donde D. Pablo Bernardos, capitán de fragata de la Armada, nos enseñó el
planetario de dicha Escuela y a los alumnos les gustó la visita.
En años posteriores mi familia y yo tuvimos la suerte de
poder ver el planetario de Madrid.
Han pasado los años y, ya anclado en la senectud, en mi pueblo ya no se pueden ver las estrellas
y, por lo tanto, los niños de ahora no pueden dormirse contándolas. Tarea,
además, que resultaba y aún resulta imposible.
Los padres interesados en la materia, como es el caso de los
padres de mis nietas, pueden llevar a sus familias a un pueblecito de Ciudad Real en
el que se pueden ver las estrellas y otros astros. Esther y Carla, alborozadas, pasaron la noche en unas esferas de
material plástico situadas en plena naturaleza.
Hoy en día en nuestro cielo lo que se puede percibir con cierta
nitidez son satélites artificiales que, llegado el caso, podrían resultar
amenazadores.
Hace años en España se organizaban viajes para que las
personas que no conocían la mar pudieran hacer un viaje para verla. Si no
recuerdo mal en lo que se denominaba algo así
como “bautizo de mar”, se contaba con la colaboración de la Armada.
Ahora se podrían organizar viajes para que los niños pudieran
ir a zonas donde las estrellas aún podemos contemplarlas en su belleza y, de
ser posible, se durmieran contándolas.
Roque
Gómez Jaén (Puerto Real)